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#carpinteria
wgm-beautiful-world · 8 months
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WOODWORKING - CARPINTERIA
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moodboardmix · 2 months
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"Rincon House," Carpinteria, California, USA,
ANACAPA Architecture
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placesiam · 9 months
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romantic evening for one
(olympus xa2, Carpinteria)
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aryburn-trains · 1 year
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Southern Pacific PA-2 #6041 leads the first section of train #98, the southbound "Coast Daylight," past the station at Carpinteria, California, circa 1956. Gordon Glattenberg photo.
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darrenankenman · 1 year
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ph. Darren Ankenman
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circuitmouse · 4 months
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Santa Barbara County
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muebleando · 1 year
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roadsidepeek · 1 year
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Santa’s gonna come and make you mine this Christmas Word is Santa Claus Lane in Carpinteria began around 1950 as an orange juice stand then expanded to a Santa themed village. Over the following decades interest in the themed village dropped and Santa Claus Lane met its demise in 2000. Santa itself was moved to a location off the highway in Oxnard a few years later. Carpinteria CA #roadsidepeek #merrychristmas #santaclaus #candykitchen #toyland #carpinteria #santaclauslane #cali #worldinmyeyes https://www.instagram.com/p/CmmcXwRPeEG/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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tocamaderavzla · 1 year
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Candy Bar #SolucionesEnMadera Cuentanos tus ideas!!! Podemos ayudarte Y hacer realidad eso que imaginas Estamos para ayudarte #candybar #DecoraConMadera #MobiliarioEnPino #emprendimiento 🌲🌳🚛🚪🛒🛍📦 #MaderaDePino #Venezuela #TocaMadera #TocaMaderaVzla #TablasDePino #PinoSecoAlHorno #Madera #VentaDeMadera #carpinteria # #LosTeques #Cagua #CaguaLaVieja #Turmero #Maracay #Caracas #Valencia #ConDiosTodo #LoMejorEstaPorVenir #EnManosDeDios (en Plaza Meregoto) https://www.instagram.com/p/ClhrFIeuVPK/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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joeygallagher · 1 year
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1+1=Tube 🏄🏻‍♂️
Carpinteria, CA 🎄 12/25/2022
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wgm-beautiful-world · 8 months
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AMAZING WOODWORKING
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zinecalzon · 2 years
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El clóset
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Miro el tubo donde irán colgadas mis camisas. Noventa centímetros más abajo, el tubo donde irán los pantalones. Huele a polvo de madera. Hay aserrín en el suelo. Olor a pintura fresca. Estos hombres trabajan lento, pero va quedando bien. No puedo esperar a tener espacio donde poner toda la mierda que tengo en el comedor. Mis perfumes, quirúrgicamente ordenados en la repisa que era de mi abuela materna, están cubiertos por una capa de polvo blanco. No quiero ni pensar en el momento en que me toque limpiar uno por uno. Con el asco que me da el polvo en todas sus formas. Miro esos corpúsculos finos sobre todas mis cosas del tocador y desvío la mirada, horrorizado.
Llevo varias semanas montando mi casa en el sur de la Ciudad de México. Reina el caos y el desorden desde hace un par de meses. Ya me compré un taladro. Ya monto repisas. Ya reparo muebles. Pero ese polvito perenne... Sentir que las suelas de mis zapatos crujen a cada paso que doy sobre el azulejo sesentero en esta casa de los años cuarenta, sin importar cuántas veces trapee a la semana, corta como un exacto algo dentro de mí que siempre he sentido rasgar desde que tengo memoria. Cuando era niño, tenía tres o cuatro años, sentía ese chirrido en el fondo de mi alma cuando mis manos se llenaban de polvo o de tierra. Juntar los dedos, frotarlos uno contra otro y sentir partículas minúsculas entre mi pulgar y mi índice me detonaba algo que a otras personas les detona el gis contra el pizarrón o un tenedor contra los dientes. Ese rechinido que llega a todos los átomos de la materia que conforma tu ser.
Sigo sentado sobre mi cama. Cuido que las puntas de los dedos de mis pies no toquen ese suelo ni por equivocación. Los tennis están justo debajo de mí por si tengo, de pronto, la necesidad de salir del cuarto, ir por agua a la cocina o salir al patio (que está aún más polvoso que mi cuarto porque ahí es donde estuvieron cortando la madera y el triplay para montarme esta belleza de orden y simetría que tengo frente a mí). Aunque, ahora que miro bien, a éstos se les olvidó fijar el maletero al anaquel ese de ciento cincuenta pesos que compré en la tiendita de la esquina, que (sin saberlo ahora mismo) en dos días habré limpiado de este aserrín del infierno y en cuyo primer nivel habré puesto sábanas, fundas de edredón y fundas de almohada; en el segundo habré puesto ropa de invierno y sarongs; en el tercero tal vez la primera fila de zapatos... [Suena el timbre]. Quién será. Me pongo los zapatos, repito, cuidando que mis pies descalzos no toquen ni de chiste ese suelo que evado como evadía de niño las juntas de la banqueta de cemento pensando en que eran abismos llenos de cocodrilos y tiburones. Y salgo corriendo.
Quién es, pregunto. No hay respuesta. El sol me quema los hombros. Llevo puesto un tanktop y traigo unos shorts blancos, casi transparentes sin calzones debajo. Llevo una semana hirviente. Miro por el orificio de la puerta. Soy yo, el nieto del carpintero. El corazón me da un salto mortal. Trago saliva. Los testículos me hierven. Abro la puerta.
Hace tres días que el carpintero pasó por primera vez por esta puerta cargando unas tablas y su caja de herramientas. En un acto de verborrea casi incomprensible me contó con pelos y señales cómo había ido a la carpintería esa de allá yendo al Cerro del Judío, porque ahí está más barata la madera y no son tan pinches careros como acá abajo. Pero 'orita acabamos, no te preocupes. Rápido me lo echo. Por eso me traje a mis chalanes. Es mi hijo y mi nieto. Los saludé y los invité a que pasaran. Díganme si tengo que mover algo. Es que tengo todo amontonado en la sala y en la entrada, pero muevan lo que sea necesario, añadí. Me dijeron que no lo era.
Les indiqué dónde estaba mi cuarto, el espacio en que quería el clóset. No, esto nos lo echamos en chinga. Sí, pero en cuánto tiempo. En chinga, rápido. Ps nomás es de cortar aquí y aquí. Poner el tubo acá. Este... a ver, wey, anota pues deja de pendejear, le dijo a su nieto, quien no tenía más de diecinueve años; cogió una libreta y empezó a tomar nota de las medidas con garabatos incomprensibles. Me miró tímidamente, al igual que su padre y su abuelo. Les ofrecí agua o algo de beber. Todos agradecieron el gesto, pero dijeron estar bien así. Eran muy cuidadosos con los muebles que ya estaban instalados. Les dije que me retiraba a trabajar.
Pasaron las horas. Yo miraba fijo mi pantalla traduciendo a prisa el texto que era para ese día por la noche. Oía los taladros, los martillazos. De vez en cuando una risa. Conversaciones, cuchicheos. A ver, ts, ponte buzo, pues, que vas a romper la tabla, cabrón. Ya deja el pinche celular, chamaco. A ver, tráenos la tabla que dejamos en el patio. El nieto salía del cuarto, una y otra vez, pasando por donde yo intentaba concentrarme para acabar mi texto urgente sin avanzar mucho. Ya salía y ya entraba con tablas, con martillos, con serruchos, con clavos. Siempre que pasaba me miraba con timidez y me decía Con permiso, mirando al suelo cohibido. Algo se trae este, me dije.
Segundo día. Mientras más pasaban las horas, más pasaba el nieto con cualquier pretexto por donde yo estaba. Que si una cubeta del patio. Que si las llaves de no sé qué. Los días eran cálidos de primavera. El sol quemaba incluso estando dentro de casa porque el suelo del patio reflejaba la luz hacia adentro de la casa y generaba reflejos cegadores e incandescentes. Había que tener las ventanas abiertas para no morir sofocado. Yo me paseaba de vez en cuando hacia el cuarto fingiendo supervisar el trabajo. Carpintero e hijo concentrados, minuciosos, perfeccionistas. Levántala, pues, cabrón, que va a quedar chueca. No, más. Más. Ahí, sí, mientras el nieto retrocedía alejándose del clóset, con mi cama a sus espaldas; y solo miraba a su padre y a su abuelo trabajar. Me sonreía sutilmente y desviaba la mirada como para fingir poner atención a lo que los otros estaban instalando. Yo le sonreía. Él miraba de vez en cuando en dirección a mi entrepierna para atisbar mi pene a través del short que yo, con este calor y las ganas de pito que él tenía, llevaba ya dos días poniéndome sin nada debajo.
Tercer día. Mi short era más corto que el del día anterior. El nieto iba de pantalones de algodón. Entré varias veces al cuarto. Se acomodaba la verga con los ojos hacia mi verga cada vez que los otros dos se ponían a clavar o taladrar algo y no había riesgo de que nos vieran zorreando. Lo mandaban por cosas al patio o, tal vez, él se inventaba pretextos para salir y pasar frente a mí, una y otra vez, porque ya me había mudado del escritorio, que esconde inconvenientemente mi verga debajo de la tabla, al sofá que hay en la entrada, donde podía, fingiendo trabajar en mi computadora, abrirme de piernas, parármela y hacer que se diera cuenta cada vez que él caminara por ahí.
Ya casi acabamos. Solo déjame ir a la casa a cortar unos pedazos de tabla que me faltaron y te vengo a terminar todo mañana como a esta hora. Ámonos pues, que tu abuela dijo que ya está la comida. Hasta luego. Hasta luego. Con permiso, se despidieron los tres. Y fui a acostarme a mi cama. A observar el trabajo hecho. A que me dieran dos ataques al ver mi cuarto empolvado de aserrín hasta que sonó el timbre y vine a encontrarme frente al nieto del carpintero, caliente como un horno sobre la acera, haciéndose sombra con la mano izquierda sobre los ojos y la frente.
Qué pasa, pregunto. Se me olvidó un bote de pintura en tu cuarto. Lo miro de arriba a abajo. Me sostiene la mirada. Entra, le digo. Cierro la puerta de la calle detrás de él.
Andamos por el patio hasta mi cuarto. Voy delante de él. Sé que me va mirando el culo que me hacen estos shorts imitación Adidas que compré para putear en El Cairo hace unos años gran amuleto para levantar en el metro, en el Camino Verde o donde me salga del coño––. Los pelos de mis nalgas traspasan la tela como espinas cuando me los pongo sin calzón debajo; y él está concentrado en ello mientras entramos a la casa, huyendo un poco del sol ardiente que quema aún más que hace un par de horas.
Miro el clóset. Él también. Silencio. El bote de pintura que olvidó está apoyado sobre uno de los entrepaños que acaban de montar. Me queda claro que no vino por eso. Pasan los segundos. Mi pene se va erigiendo lento y mis shorts no lo ocultan ya. Me mira el pito. Le miro el de él. Lo tiene erecto. Le digo que cuánto les falta para acabar. Me dice que ya mañana seguro terminan. Mira al vacío, duro como fierro. Le pregunto que si tiene novia. Dice que sí. Pasan unos segundos. Me vuelve a mirar el pito palpitante a través de la tela de mis shorts. Le digo que sus pantalones le hacen buen paquete. Pregunto que si la tiene grande. Se ríe nervioso. Dice que cree que sí. Estiro mi mano, le bajo el pantalón hasta los talones. Un pene grueso rebota al liberarse del resorte del calzón. Chorreante de excitación. Oloroso por el calor inclemente de la tarde. Me están esperando y no tengo mucho tiempo. Acuéstate pues para metértela, me dice entre dientes evitando mi mirada.
Me bajo los pantalones, me quito los tenis y los calcetines. El polvo, el aserrín y los trozos de madera de pronto no existen más. Gotas de sudor caen de su cuello a mi pecho. Súbita penetración. Me aprieta los pectorales. Con la mano me sostiene la quijada firme. Me masturba. Penetración frenética. Jadeo y gemido orgásmico. Espasmos en mis entrañas de corrida adolescente explosiva y precoz. Y yo, habiendo esperado este momento paciente por días, lanzo una corrida que me llega a la boca. Listo. Lo toca con sus dedos. Lo huele. Ahora sí, me tengo que ir.
Se viste. No me mira a los ojos. Respira aún agitado por el orgasmo. Me pongo de pie, descalzo, con los pies llenos de polvo, tan tranquilo como si ahora caminara sobre algodones. Sonriente. Qué pinche rico estuvo, pensé. Nos quedamos mirando el armario casi terminado. El silencio reverbera en las cuatro paredes blancas de mi cuarto. Nos envuelve. Entonces mañana acaban, le pregunto rompiendo la serenidad que nos permea. Sí, dijo mi abuelo que ya mañana queda todo listo. Estira la mano. Coge el bote de pintura. Nos vemos mañana, dice. Sale apresurado de mi cuarto al salón, de ahí al patio. La luz del sol me ciega por completo cuando salgo a acompañarlo hasta la mitad del patio para indicarle con un gesto la salida. Mis ojos se acostumbran lento al destello que se refleja en el piso amarillento y desgastado. Me quedo de pie mirándolo andar hacia la salida, sintiendo cómo el sol me empieza a quemar la cabeza. Una onda de aire fresco me acaricia, de pronto, lento y suave. Me mira una última vez desde el umbral. Y azota la puerta al salir.
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dgarquitecto · 1 year
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reformasdeka · 1 year
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impolutocj2005 · 2 years
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Aquí uno de nuestros trabajos de decapado y tintado de madera de un mueble
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