No he cambiado la cerradura,
entra sin tocar. La llave está bajo
la maceta de alhelies por si la tuya
la olvidaste, por si la perdiste, por si
sólo ibas de paso y querías ver qué
tanto han cambiado las cosas sin ti.
El rechinar de las bisagras entelarañadas
será tu bienvenida y mi señal para despertar,
secarme las lágrimas y poner la mejor
sonrisa, también será la respuesta para
saciar tu curiosidad, para que te des cuenta
que desde que fuiste y cerraste la puerta
tras de ti, nadie más ha vuelto a cruzar el
umbral, no he salido, nadie ha entrado, a
excepción de la soledad, pero esa perra
se metió por la chimenea como soplo
apagando el fuego pero cobijando mi
corazón helado, y se fue por la tubería
en una puta noche que me quedé dormida
en la bañera rodeado de tus fotos viejas;
me dejó una nota póstuma con pintalabios
rojo en el espejo empañado: “o él o yo”.
Y te volví a elegir.
El gato a diario moría de tristeza,
y en el noveno día ya jamás despertó.
Aún la gotera del fregadero sigue
cayendo; 320 gotas por día y 321
por noche; no tampoco sé por qué
de noche una más. El café está
enmohoecido y los muebles
empolvados con una mano diligente;
no prendas las luces, aún encendidas
aquí adentro se ve obscuro.
Tanto ha cambiado aquí pero a la vez nada. Preservo hasta el más mínimo detalle porque
soñaba que cuando llegaras, encontraras
todo tal cual dejaste sin importar que sea
una visita casual o un reencuentro eterno.
Hay tanto por decirte y unos oídos
que anhelan escucharte;
hay una cintura que extraña ser
apretujada y unos labios ensangrentados
por la resequedad de tu corrosiva ausencia.
Tomemos un trago, escuchemos a
Sabina y hablemos hasta el amanecer;
si quieres hazme el amor de la manera
que quieras: con una mirada, con un beso
o con el cuerpo, pero que sea de toda alma.
Soñaba tanto con este momento…
Me imaginaba tanto que un escritor
loco en alguna parte del mundo,
estuviera escribiendo esta nuestra
historia en un libro, y que fuéramos
tan trascendentales como Romeo y
Julieta, o tan siquiera como Rapunzel,
o tan siquiera como Fiona y Shrek.
Te imaginaba llegando destrozando
la puerta sin esperar a buscar bajo la
maceta de alhelies porque ya anhelabas
rescatarme, y que al verme ahí, en el
regazo, con mis costillas pegadas a la
carne y con mis labios ensangrentados
por la ausencia de tu corrosiva ausencia,
me pedirías perdón, me abrazarías el alma
y terminaríamos con un beso mientras todo
a nuestro al rededor resurgía o se volvía
mierda, qué más daba.
Ahora, estás aquí,
de frente,
tan tranquilo.
queriendo revivir al gato,
tratando de arreglar la gotera,
y dándome tus tontas teorías
de por qué hay una gota de
diferencia por la noche que del día
mientras el tomas el café enmohoecido.
No sé si recuerdas pero…
esa noche que te fuiste,
después de despedirte y
antes de que te fueras, allí,
en el umbral, te pedí que
no me dejaras, o que si te
ibas y pretendías olvidarme
(que era lo más seguro)
por lo menos me llevaras
contigo, al olvidarnos juntos.
La cerraste y te fuiste
pero… te seguí,
sí, creo que te seguí.
No, no lo supe hasta
ahora que te observo.
A medio camino tal vez te
devolviste y te regresaste
(muy tarde por cierto),
pero me da gusto verte,
me hacía falta verte a los
ojos para saber que
el vacío que me dejaste
aquella noche fue tan grande,
que ni tú mismo ya lo puedes llenar.
Este era mi mayor temor ¿recuerdas?;
que un día te fueras y yo con el tiempo
te dejara de amar, después volvieras
y te viera llorando frente a mí tratando
de revivir algo que ya no siento.
¿También recuerdas que un día me juraste
que harías lo que en tus manos estuviera para
hacerme feliz?
Amor,
creo que ha llegado el tiempo de que
cumplas tu promesa.
quiero ser feliz.
Te quiero a pedir una cosa,
sí, solo una…
Vete.