Entre quienes habitan Montevideo no hay dos personas que vivan en la misma ciudad, excepto quienes habitamos el Clash. Acá tomamos quienes sabemos perfectamente que estamos perdidxs, o que nos perdimos alguna vez, o quienes si algún día se pierden no van a hacer ningún esfuerzo por alcanzar la salvación. Asumimos nuestra perdición con entereza, sobre todo cuando no hay plata para psicólogxs y tenemos que resolver(nos) como se pueda. Por eso somos lxs únicxs que vivimos en la misma ciudad, la misma isla de cemento con ríos fecales bajo su piel. El Clash es donde compartimos perdiciones, prohibida la entrada para quienes ostentan su destino, afuera la gente orgullosa de su brújula de oro, autoexiliada cada cual en la ciudad que se inventó.

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El silencio de las estrellas

Solo escribo a mano cuando tengo un whisky en la otra, en la madrugada y en el único lugar de la ciudad que me permite esa tarea con absoluta libertad en su última mesa, lejos del día que me ahoga siempre (no se nadar en la luz, últimamente me llega al cuello, me aterra no tocar fondo). Estuve varado en una isla de normales, ellos creían que eran el centro del mundo. Los más fanáticos creían que eran el único mundo posible. Y yo ahí, mi barco encallado en los arrecifes donde me dejó mi última ex, rodeado de un mar de luz, frases motivacionales y consejos de vida de quienes nada sabían de mí. Y crecía y me ahogaba. Hasta que me escabullí en la madrugada. Decían que la noche solo estaba habitada por monstruos, nadie se animaba a salir, a fracturar el silencio de las estrellas. Mi decisión obvia fue ir en contra de todo lo que me oprimía, lastimaba y ahogaba. Quemé mi esperanza para aburrir al diablo. Con sus cenizas hice la pintura que usé para escribir en las paredes de quienes se sentían a salvo de mi poema. Soñé con sus pesadillas, bebí lo que les envenenaba, metí en mi cuerpo cada sustancia que repudiaban, aparecí en la ventana de su gimnasio para darles un buen susto: me daban por muerto. Por la tarde visité en el cementerio mis proyectos de vida, los amigos que no creyeron en mí, la cerveza sin alcohol. Me senté a cenar con mis fantasmas. Escapé. Desde entonces voy al Clash; mi reloj de arena es mi vaso con whisky; mi verano favorito el invierno; soy amigo de la noche, conspiramos con ella y sus cómplices para crear el tsunami definitivo que se trague de una vez y para siempre la isla de los normales.

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Estoy vivo de milagro. Varios milagros. Mis experiencias cercanas a la muerte son las siguientes:

Cuando tenía 7 años iba en bicicleta por la calle, de frente por la otra senda venía un auto, otro lo sobrepasó y se me vino encima, mi distancia ante su maniobra me posicionaba justo cuando ambos vehículos quedaban paralelos. Me acerqué lo más que pude a la vereda, el auto pasó muy cerca de mi y escuché a mis espaldas un golpe. Chocó contra una moto que me pisaba los talones.

A mis 8 años de edad mi padre me llevó de vacaciones a Buenos Aires. En un parque de diversiones me subí sin compañía alguna a un juego de esos que te suben, te bajan y te giran mientras das vueltas alrededor de algo. Apenas empezó me di cuenta que si no me agarraba fuerte simplemente saldría volando, o en una de las bajadas en ángulo cerrado caería sobre el mismísimo motor diésel que hacía funcionar el juego, además de que pasaba muy MUY cerca de él, y rugía tan fuerte como una carcajada de Satán. Fue la única vez en mi vida que tuve fuerza en mis brazos.

Cada vez que veo una araña (que para mí todas son tarántulas) estoy al borde de un ataque al corazón.

Tenía 14 años, estaba en clase, sin docente, y el compañero más alto que teníamos estaba parado frente a mí, reconocí la oportunidad de la aventura de inmediato. Me paré en un banco con la intención de saltarle a la espalda y que me llevara así a recorrer el mundo, pero el pobre no estaba al tanto de su papel en la trama. Salté, y mientras estaba ya en el aire, el muy indiferente se puso a caminar, nunca se enteró de mis intenciones, jamás me vio. Traté de atraparlo pero no pude, ese esfuerzo me hizo girar y terminé cayendo de espaldas sobre otro banco en desuso, sin respaldo pero con los fierros que lo sostenían todavía gozando de buena salud. Dos estacas de metal dispuestas a asesinarme. Quedé tirado sobre el asiento y de mi ropa salía una barra de hierro oxidado que desgarraba la tela. La barra había pasado rozándome por mi costado, apenas me dejó un rasguño.

Trabajaba en un local comercial, en una zona céntrica. Un ladrón robó una tienda en la esquina, mientras perpetraba el delito un policía pasó por el lugar y empezó una balacera. El delincuente huía mientras disparaba para atrás y tiraba granadas caseras hechas con clavos y tornillos. Decidió esconderse en mi lugar de trabajo. Por suerte no avanzó más allá de la puerta, aguantó ahí unos segundos y siguió huyendo. Terminó con su vida a la vuelta de la esquina, al verse rodeado.

La vez que una noche, bailando, me encontré de golpe con mi peor ex (casi me muero 1) y ella me cortó el whisky con cerveza (casi me muero 2).

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La tragedia del retorno

Siento que se habla poco y nada del retorno y del después, que nos enfocamos en debatir si lo que importa es ganar a toda costa o si el camino es la recompensa. Como si no hubiera nada después de la meta si tenemos la dicha de llegar a ella, como si lo más obvio luego de alcanzar un objetivo o fracasar en el intento es buscarse otro, estar moviéndose constantemente, como si tuviéramos instaladas una colonia de hormigas en el culo. Esa idea de que si no estás en camino a un objetivo o meta entonces estás sin rumbo, perdidx sin remedio. Como si quisieran, no sé, mantenernos controladxs y geolocalizadxs, rarísimo. Cuando consigo mis metas no quiero hacer otra cosa que quedarme ahí para disfrutarlas, plantar bandera en la nueva zona de confort conquistada, y si descubro que es imposible acceder a un objetivo o que aún no es el momento de lograrlo, quiero volver cuanto antes a un punto donde sienta que no estoy luchando en vano. Y si eso es mirar el techo mientras me rasco los huevos, utilizaré ambas manos. Y el retorno ¿Qué es? ¿Cómo se vuelve después de perder el objetivo? ¿Cómo seguir luego de conseguirlo? ¿Cómo continúa la carretera del otro lado del final de un camino que fue recompensa y ahora solo nostalgia? ¿Cómo se desanda un camino que fue más tortura que recompensa? ¿Y si no hay retorno posible, cómo hago? A lo único que no vuelvo nunca es a una ex. Para todo lo demás, a veces creo que la tragedia de la vida no es la muerte, es el retorno o la ausencia del mismo, y el después: una serie de eventos que mientras estemos vivos tendremos la sensación de que están incompletos.

"Ese ha sido su método, siempre: aferrarse a esas dos o tres cosas que sí sabe, que sí domina, y dejar para mañana la conquista de la verdadera sabiduría; confiar en su intuición y en su buena estrella y si las cosas se ponen bravas salir del paso con relativa elegancia o al menos con astucia." (Alejandro Zambra; Poeta chileno, 2020)

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Ail Stne

Nueva foto dedicada a todas aquellas personas que quieren conocerme la cara. No es mi rostro pero si ven a alguien con esto en los pies por la vida, soy yo. Quería recordarles la existencia de mi calzado favorito, mis anti-all star, que por el momento solo usé dos veces porque luego de la primera vez comprobé que, probablemente, su vida útil sea de unas diez o quince cuadras, por lo tanto dosifico con cuidado su presencia en el mundo. Me gustan porque revelan mi pobreza y también mi exclusividad, dos cosas a las que les he tomado cariño. Estoy seguro de que solo hay un par de estos en el planeta y los tengo yo. No es apto para criminales, porque probablemente su huella única hará que te atrapen de inmediato, o tal vez dada su escasa vida útil (la llamo vida inútil) su huella se degrada tanto que a cada paso parece un calzado distinto. Sospecho incluso que tal vez sean (no se si bio)degradables. Son de tan mala calidad que de ellos no quedará ni rastro en una semana o dos a la intemperie. Un poco como cualquiera de nosotrxs si no tuviéramos huesos. Lo que me llevó a pensar, dados los tiempos del universo, las galaxias, las eras geológicas y la inmortalidad de Mirtha, que el ser humano tiene tan poca vida en la edad del cosmos que es una posibilidad muy cercana que seamos algo así como los Ail Stne de dios.

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En mi primer día de trabajo no esperaba encontrarme con un ex compañero de secundaria: (ADVERTENCIA DE ANALEPSIS) Yo tenía 17 años y rendía un examen final de historia que se dividía en dos: Preguntas y un tema a desarrollar, debían hacerse, mal o bien, ambas. Si faltaba alguna, sin importar lo bien hecho que estuviera la otra, reprobabas. Este tipo que me encontré en el trabajo, en ese examen desarrolló muy bien una de las partes, omitiendo la otra. El profesor habló con él en privado y al final decidió aprobarlo con la mínima nota, debido al maravilloso despliegue que había realizado sobre aquello que decidió escribir, según nos contó después el afortunado. Yo había hecho ambas, mi único error fue confundir los nombres de Maquiavelo, Hobbes y Bossuet. Reprobé. Nadie me dio explicaciones en privado. Arrastré Historia por 4 años más. El sentimiento de injusticia creció debido a que el otro se llamaba igual que yo, y cuando alguien que tiene mi nombre, que lo usurpa, un vil imitador involuntario, corre mejor suerte que la mía, siento que el mundo es un lugar mucho peor para vivir que lo sospechado. Todo eso me vino a la memoria cuando lo saludé. Seguí caminando hasta el fondo, donde estaba mi escritorio. Me senté y la computadora que me esperaba me dio la idea de que provenía de algún universo alternativo. El teclado se parecía más a una máquina de escribir, y el monitor aún no estaba, se veían dos cables, uno color salmón y el otro celeste, huérfanos. Se me dijo que esperara a que armaran la máquina, así que me puse a ordenar mis cosas. Alguien me ofreció café en recipiente de vidrio manchado, asqueroso, amarillento, sucio por dentro y por fuera, pegajoso por donde se le tocase. Una compañera puso un plato con 7 pequeñas empanadas delante de mí, abiertas en su unión dejando ver el relleno, excesivamente bañadas en aceite, de un color marrón húmedo, me recordaba a la mostaza vencida. Rechacé todo ofrecimiento mientras me preguntaba por qué la gente se siente tan orgullosa cuando trabaja. Todo eso soñé hoy.

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Cambalache Sur publicó este texto mío que jamás había visto la luz hasta ahora. Por qué hay gente que confía en mí? Ni idea, es un misterio.

No pude hacer nada contra el cáncer de mi padre, pero sí pude hacer algo por él y por mi madre. Por ejemplo veía en casa un partido de fútbol que me importaba un carajo porque sabía que a mi padre le importaba muchísimo y lo estaba viendo tirado en la cama del hospital, y así interactuaba con él en directo sobre el juego, le hacía chistes y criticaba exactamente lo que sé que él iba a criticar, porque lo hizo un millón de veces en casa cuando yo intentaba merendar mientras él informaba a los jugadores lo que tenían que hacer. A mi madre la escuchaba sin filtro, porque pasaba todos los días todo el día en el hospital y probablemente yo era la única persona sin cáncer con la que podía hablar más de 5 minutos. Le hacía una pregunta sobre su día, cualquiera, y eso abría una puerta que la mantenía una hora o más hablando en modo monólogo. Sin filtros anti repetición, anti ramificaciones ni pócimas de síntesis. En aquél apocalipsis dejaba que hablara todo lo que quisiera, mirándola a los ojos absorbía cualquier cosa que me contara dos, tres, cuatro veces como si fuera la primera. Si se iba por las ramas la consultaba sobre los detalles, eso la alejaba más del tronco principal de la conversación y usualmente generaba otras ramas de la rama y así. Si brindaba detalles innecesarios que no venían a cuento le pedía más contexto sobre esos otros mundos, multiversos inalcanzables para cualquiera que prefiera ir al grano. Porque no podía tirar radiación por mis dedos apuntando al tumor, así que en lugar de enfocarme en la guerra perdida disfrutaba las batallas que podía ganar, fue la ventaja que me dio ser pesimista: cada segundo cuenta desde que supe que la inmortalidad es un viejo loco, negacionista de cementerios que va por ahí diciendo que las cosas se logran si te esforzás mucho (en este caso mi padre murió por vago y no por cáncer) o las cosas se logran con solo desearlas (en este caso mi padre murió porque quiso). No hay peor optimista que quien le falta el respeto al tumor.

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Tengo una amiga que no me creyó cuando le dije que existían los ojitos de chocolate. Recién ahora pienso que quizá lo que ella me discutía era que no existían rellenos de chocolate (que sí, existen carajo), mientras yo no debatía sobre ningún relleno sino sobre la masa (que sí, existen carajo). De todas formas salí decidido a comprarme dos en la panadería, sacarle una foto y enviársela como documentación de que soy el dueño de la verdad y que jamás debería dudar de mi. La señora panadera me atiende, me pregunta, le pido, en vidriera hay uno pero me dice que tiene más, que cuantos quiero, le pido tres y voy a la caja a esperarla para que me cobre. Llega con los ojitos envueltos, pago, camino feliz a mi casa saboreando más la victoria que los ojitos. Entro a mi hogar, abro el paquete, y me encuentro con tres ojitos amarillos con relleno rojo, muy alejados de cualquier posibilidad de chocolate. Ahora además de dudar de la eficiencia de la panadera o de mi capacidad para hablar claro, también dudo de la realidad misma ¿existen o no los ojitos de chocolate, carajo? ¿cuando fue la última vez que comí uno? ¿los imaginé? ¿se extinguieron? ¿existe mi amiga? ¿soy un hombre que soñó comer un ojito de chocolate o soy un ojito de chocolate que soñó que lo comía un hombre? Otra vez, como respuesta a mis principales dudas, solo escucho el silencio.

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Bestiario de almas Capítulo I

Me gusta cuando el amor no dura para siempre. No digo que lo otro no exista, lo de enamorarse por toda la eternidad (no me atrevo a negarlo porque lxs fundamentalistas del amor eterno se ponen un poco violentxs cuando se les contradice, no soy lo suficientemente valiente como para enfrentarme a su secta); mi coraje llega a defender mi derecho a celebrar el amor efímero aún aceptando la posible existencia del eterno. Banco el amor que nace vive y muere y pum a otra cosa. Porque cualquiera de los dos es lindo y siento que es una estupidez discutir por los detalles de su caducidad. También me encanta el no-amor, lo de coger porque las partes involucradas tienen ganas y punto y luego chau y nunca más o tal vez quién sabe no importa, pero eso es para otro post. Lo que no me gusta es la gente de mierda, por eso me encanta el amor: porque es lo que más deja en evidencia a las personas malas. Tanta gente sufre por malas relaciones que el enemigo llegó a convencernos de que sufrimos por amor. Creo que sufrimos por cruzarnos con gente mala o peor: con idiotas o peor: con escorias. El amor es algo tan lindo que hay que ser muy mierda para dejar traumas en quien lo viva, sos realmente el enemigo, cagando vida tras vida con tu alma venenosa. A mi no me preocupa el amor eterno, ni el efímero, ni ir por ahí cogiendo sin amar a nadie. Solo me preocupa la gente de mierda, y ese tipo de personas arruina cualquiera de las tres opciones, no hay escapatoria. Cada tanto burlan los sistemas de seguridad y se meten en la vida que deciden arruinar. Si vamos a pelear esta batalla afinemos la puntería, disparar menos a lo que sentimos y más a quienes nos dañan (Acostumbrado al fin del mundo declara una vez más que respalda el rencor y la venganza como legítima reacción). Mientras tanto voy a crear un detector de almas podridas, o la máquina del tiempo, lo que logre primero, con eso creo que vamos tirando.

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Giratiempo

Creo que todas las historias sobre viajes en el tiempo son falsas. Lo confirmé luego de haber hecho algunos viajes temporales, lujo que puedo darme al lograr que funcionaran mis máquinas con núcleos de agujero blanco. Lo que me convenció de que los relatos de viajes en el tiempo son todos falsos fueron los girasoles, algo tan raro debería ser mencionado en cualquier relato sobre el tema si fueran reales: los girasoles no siguen el movimiento del sol, siguen el movimiento del tiempo. Cuando alguien viaja en el tiempo se produce una anomalía en el tejido cronológico, los girasoles lo notan, y en lugar de seguir la referencia principal que marca el pulso de los días, se altera su sensibilidad y empiezan a seguir a la alteración misma, al invasor. Cada vez que viajas en el tiempo, ya sea en el pasado o en el futuro los girasoles te siguen, no paran de mirarte. No quiero asustar a nadie pero a veces, al volver al presente, algunos te siguen mirando.

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Onirinando

En mi familia nos tomamos muy en serio lo que vivimos cuando dormimos (sueños). Creamos un código de leyes, normas y conductas que rigen las prácticas, experiencias y consecuencias oníricas que vive nuestra sangre. Mi abuela afirmaba que si por la noche, al desvestirte antes de acostarte, te quitas la ropa de tal forma que quede al revés, y no la enderezas, soñás seguro. Basta que hagas eso con una sola prenda para que el hechizo funcione. Hoy, a la luz de la ciencia, sabemos que tal cosa es falsa, porque siempre soñamos, lo que cambia es si lo recordamos o no. Por lo tanto el hechizo en realidad es que la ropa quede al revés para recordar los sueños de esa noche, ahora sí, ciencia pura. Ya entrando en el marco legal, cada cual mantiene sus propio código. Yo por ejemplo, si sueño con alguien se lo cuento, esa es mi única ley onírica. Porque si no lo hago siento que me quedo con algo de su vida que no sabe. Mi madre tiene otra ley onírica: si sueña juega a la quiniela. Hay una lista de equivalencias específicas que relacionan números con sueños, ella busca en esa lista y juega. Esta semana soñó con su hermano, jugó los números correspondientes a la quiniela y sacó mil pesos. Mi tío tiene otra ley onírica: si alguien sueña con él, juega ese sueño a la quiniela y gana, le corresponde un porcentaje del premio. En este momento está reclamando que se le transfieran $880.

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Enésimo pésame

El repartidor del gas es macizo como una roca. ¿Por qué voy por ahí palpando al mencionado caballero? El hombre hablaba con mi padre otros temas además del asunto del gas, en algún nivel se sentían amigos. Y como cada persona que conoció a mi padre, al verme por primera vez luego de su muerte sienten la irrefrenable necesidad de darme su pésame. Eso llevó a que inesperadamente me diera la mitad de un breve abrazo, al cual respondí por puro reflejo, sorprendido y hastiado y sorprendido otra vez porque, por los clavos de cristo, ese hombre tiene la espalda más dura que toqué en mi vida. Una obviedad, hablamos de una persona que se gana la vida cargando garrafas de 13 kilos, pero una cosa es la teoría y otra cosa es tocarla, si se me permite la expresión. Un tipo joven, cargagarrafas, descendiente de italianos, todo su cuerpo es una escultura de Michelangelo Buonarroti. Lo que me llevó a la inexorable pregunta ¿Qué clase de escultura seré yo? Si tocar su espalda es como tocar una estatua, tocarme a mí es como tocar un colchón flaco, una masa amorfa, fofa. Soy una escultura de Lovecraft, que nunca hizo una, por lo tanto seguro que si intentaba hacer alguna le quedaba como yo: inenarrable, abyecto, ominoso, pútrido, un horror letárgico completamente incapaz de trasladar una garrafa de 13 kilos, se los puedo asegurar. No lo digo con intención de denigrarme, al contrario, cuando Lovecraft hacía este tipo de descripciones de sus monstruos buscaba darnos una idea del imponente poder que tenían sus criaturas, en su presencia cualquier humano era insignificante, que es más o menos lo que pienso yo, monstruo, de la mayoría de los humanos. Pero le pude vender el auto, así que de repente tengo unos pesos mágicos para seguir respirando tranquilo un par de meses más aunque siga sin trabajar. Con ese respaldo económico activé mi protocolo reencarnación, que consiste en volver a juntarme con cada amistad que no veo desde que puse en pausa mi vida social hasta reactivar mi economía. En este mar de contrariedades, por ahí encuentro mis botes salvavidas.

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Nadie es perfecto pero mi madre además roba

Mi madre hizo las compras, y mientras estaba en el almacén la cajera le preguntó si los lentes de sol que estaban ahí eran suyos. Ya se olvidó sus lentes en diferentes locales del barrio, no es raro que los deje apoyados para siempre en cualquier parte. Ella ni siquiera recordaba si los había llevado o no, así que miró el par, los reconoció y dijo que sí, que eran suyos, se los puso y se fue. Al llegar a su casa dejó las compras y fue a lo de una vecina a devolverle una fuente que le había prestado. Al volver se encuentra en su puerta con un joven, palabra que en la boca de mi madre significa “persona entre 18 y 55 años”. Al preguntarle más detalles me dijo que tenía unos 20 años, que lo conocía del barrio, que estaba en el almacén cuando hizo las compras y que le sacó los lentes apenas la vio, mientras decía “vine por esto”, y se fue. No se confundan, no fue un arrebato ni una rapiña, fue un movimiento natural de alguien que toma lo que es suyo, no lo ajeno. Mientras entraba a su casa, sin entender nada, escucha que la llaman por teléfono, era la cajera, le dijo “nos mandamos una cagada”. Le contó que los lentes eran del joven, mi madre respondió que ella tiene un par igual y que por eso pensó que eran suyos, que por favor la disculpe y la cajera que yo no te tengo que disculpar nada sino el legítimo dueño cuando vaya a buscar los lentes a tu casa porque le dije donde vivías y ella que ya vino y ya se los llevó y yo ahora mientras me cuenta y me muestra SUS lentes solo pienso que un día voy a recibir una llamada de la comisaría pidiendo que vaya a retirar a mi madre de sus mazmorras. Mi decisión dependerá de cuánto sea la fianza.

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Volver con la de la frente marchita

Nunca volví con ninguna ex, lo instalé como frontera infranqueable. Cuando lo menciono algunos creen que es una regla caprichosa que me impuse, pero es al revés: la imposibilidad instaló la regla, incluso la redactó. No vuelvo porque no puedo, me resulta físicamente imposible, pocas cosas en el mundo me hacen más daño que volver por la razón que sea, incluso por azar, esos encuentros casuales e impertinentes. Porque cuando digo volver me refiero desde retomar el noviazgo caduco a simplemente contactar nuevamente como lo intentó la última y peor ex en la más reciente navidad. Cualquier mínimo o máximo contacto me está vedado. Si el resto del universo quiere volver con sus ex’s, me es indiferente, únicamente puntualizo que mi camino no tiene retorno. Creo que es porque al final de una relación hay un yo que muere, el que compartía, el que estaba dispuesto a un nosotros. Una vez terminada esa instancia, mi reencarnación independentista es tan fuerte que no puedo bajo ninguna circunstancia volver al régimen anterior, solo estoy dispuesto a repetir régimen y cataclismos (si es que suceden) con personas nuevas. No confundir esta disposición con aspiración. Mi resignación dicta que si voy a vivir la misma mierda al menos que sea con gente fresca, otras caras, otras vidas. Mi experiencia dicta que probablemente inaugure catástrofes innatas, éxitos paulatinos hasta que llega la fecha de vencimiento por sí sola o por un conjunto de razones que dieron forma a un novedoso fin. Casi nunca me refiero a estas cosas como fracasos, porque para fracasar hay que aspirar a un objetivo que finalmente no se alcanza. Si toda relación que termina es un fracaso, entonces la idea obvia es que se esperaba la eternidad. Yo nunca espero tanto de nada, mi utopía es solo ser feliz.

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Hilando fino, cortando grueso

Si no me lees no sos mi amigx. Es el único capricho que decidí instalar en mi vida que afecta a otras personas, aunque en realidad es el dato que indica cómo otras personas me afectan con su indiferencia, supuestamente interesadas en mi y no manifiestan el más mínimo interés hacia lo único que realmente me importa que es escribir como si no hubiera un mañana. Puedo perdonar que me lean y me digan que no les gusta, lo que no dejo pasar más es que ni siquiera hagan el intento de conocer este lado de mí. A veces por acá me preguntan mi nombre real o quieren saber mi edad o mi cara, y yo antes de acceder o negarme les informo que si me leen ya me conocen bastante, mucho más que cualquiera que no me lea aunque sepa mi nombre, mi edad, mi cara y hasta donde vivo además del dato público de que soy uruguayo según los resultados científicos más respetables. Por no leerme hay personas que no se enteraron de que se murió mi padre o la gata blanca con la que convivía, cuando esa noticia llegó (literalmente) hasta México o España. También noto esto: Mis amistades son como el whisky, van al grano, son personas directas y sin disfraz. Para mí es el mismo fastidio preguntarte mil veces qué te pasa hasta que en la mil una me contas, que ir a la barra mil veces a comprar cerveza para empezar a sentir algún efecto en la mil una. Si querés hablar del tema, hablamos, y si no, no. Pero no me saques de paseo por las palabras banales. Prefiero pedir un Jack Daniel's doble sin hielo y con eso tengo para toda la noche. Y si no alcanza, pum tequilazo hasta que corresponda. Mis amores son como el tequila.

“La literatura se encargará de sí misma (dijo Pitt). Sí, añade Southey, y también de ustedes si se descuidan." (Thomas Carlyle: El culto de los héroes; 1841)

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Joe me pagaba la entrada para ver Dune 2, así que salí corriendo. Le prometí llevar arena de la obra cerca de casa para tirarle a quien molestara en el cine, llegado el caso. Nunca salgo de casa con los minutos contados, porque no trabajo y generalmente soy impuntual. Pero la película empezaba a las 18:30 me guste o no, sin tiempo, sin opciones. Jamás me encuentro con nadie cuando salgo al mundo, pues esta vez sí, obviamente: Lore paró su auto a mi lado, SE BAJÓ, y se puso a hablar distendidamente, como si Dune 2 no existiera. Hacía tiempo que quería verme, no hablaba conmigo desde la muerte de mi padre, a ella eso la afectó casi tanto como a la familia y tuvo que hacer su duelo. Además me consoló por mi falta de trabajo, que a ella le costó un año y medio conseguir, que por favor le escribiera así nos juntamos. Me agarró la mano, me abrazó, me dijo te quiero y se fue. No podía detenerla, ese momento estaba por encima de Arrakis y el lío entre Atreides vs Harkonnen. ¿Por qué a ninguno de los dos se nos ocurrió la posibilidad de que me llevara en su auto hasta la parada? Nunca lo sabré. Caminé veloz (jamás corro) a encontrarme con el primer bus que pasara; cuando lo hice se subió alguien a cantar: un extremista. Fue más lo que habló que lo que cantó. Empezó mencionando su pasado famoso, más dinero y drogas. Se hizo adicto contó, y se enfermó de (cita textual) “VIH, cáncer de garganta y hepatitis B”. Los médicos le dijeron que nunca volvería a cantar pero la profecía fracasó. ¿Por qué? Porque se hizo devoto de dios. Y ahí empezó otro discurso evangelizador. Lisan al-Gaib. Llegué al cine 18:20, Joe 18:25. Por alguna razón su calzado hacía un ruido escandaloso en el piso del cine. Fue la única vez que estuvimos juntos en silencio por 3 horas. No le tiré arena a nadie. Muad'Dib. Devoramos unas gomitas ácidas y un termo con vodka (anoten esa combinación, es hermosa). Lamentablemente salí del cine con ganas de trabajar: quiero tener plata para comprar los 6 libros de Dune que escribió Herbert. Que alguien me los regale antes de que cometa esa locura, por favor. Sálvenme.

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